Leo en momentos distintos que Iberia y British Airways que se fusionan tienen en conjunto 408 aviones, y que Rusia y Estados Unidos reducirán a 1500 cabezas nucleares por barba sus arsenales.
Me viene a la mente que hay en el mundo unas 5000 cabezas nucleares entonces, y unos 5000 aviones comerciales. Ambos preñados de la destrucción de nuestra supervivencia.
Ya no tengo teléfono móvil, pero sí que acarreo conmigo un ordenador portátil. En sus baterías suele haber un dibujito con un contenedor de basura tachado. Que no tires la batería a la basura, vaya. Temo por la contaminación de los acuíferos. Temo por los cánceres del futuro. Los del presente ya van bien servidos. Mi madre por ejemplo, que murió hace diez años ya. El cáncer ginecológico creció en su interior oprimiendo el intestino y murió de no poder cagar.
La guerra fría nos tenía con el futuro robado. Sabiendo que podía no haber mañana, apretamos el culo e intentamos disfrutar... nos convertimos en yupies, y así seguimos. Nos subimos en los aviones y cambiamos un suburbio por otro. Enlazamos el wifi y saltamos de la soledad e incomunicación de la discoteca a la del chat.
Aviones hacia un lado y hacia otro. Volar lejos y brevemente. Aterrizar para ir a un congreso científico, poner un powerpoint, hacer como que atiendes a alguna que otra pregunta. Sonreir falsamente y comer canapés. Aplicar cuchillos. Poca ciencia me rodea.
Estuve en el océano pacífico el diciembre pasado en un buque oceanográfico y en un sumergible tripulado. Los que nos ayudaban a sumergirnos, los buzos, me comentaban al respecto del riesgo de tiburones, que ya no había. No se les veía más.
Fragmentamos el cielo y fragmentamos la tierra. Lenguas de asfalto y estelas de destrucción del ozono troposférico por los aviones comerciales. Somos simbiontes desbocados de una biosfera que se está enfebreciendo, y nos encrucijamos en hacernos finalmente malignos y por lo tanto potencialmente autodestructivos, o en reciclar nuestras cacas, en acoplar nuestros ciclos, en acompasarnos a los flujos que nos acogen.
Es bueno volar, yo sueño con ello, en silencio. Sueño con volar en silencio y en cruzar los mares sin el ruido de ningún motor. Es bueno poder hacerlo. Quiero que se acallen muchas de las máquinas, que no nos dejan ya escuchar lo importante, el susurro de la brisa y el ruido de la ola. ¿Para qué todo? Quiero ciudades hermosas, pero que permitan ver las estrellas en las noches desde su interior. Luces que brillen en los escenarios de los baretos. Quitemos los focos de lo banal. Que se desequen los bancos y que la belleza se reparta. Hagamos que todo ello sea posible. Salvemos a Europa, aprovechando que el volcán de Islandia nos da la señal.
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